Porque estar al día nunca fue tan fácil

Galicia, el espacio de ‘castes’ y ‘terriñas’ de la Gallaecia que nos precedió, estaba salpicada de viñas pintando el mapa con manchas esparcidas más o menos extensas (dependiendo de la incompatibilidad con su maduración) con las diferentes tonalidades del innumerable follaje varietal galaico. Desde el curtido frescor de la nortada cantábrica hasta la elegancia de la floresta granítica de las ‘ribeiras’ del Mondego.

Los vinos de Galicia eran conocidos por su procedencia ‘vilega’ o comarcal, y dentro de éstas, por los nombres de los diferentes lugares (lieu-dit) sobre todo de los lares donde el vino añada tras añada llegaba más allá y la emoción en los tragos se repetía. No había más nomenclatura o división administrativa vitícola que los nombres de los lugares hasta su expresión más concreta, y cuanto más concreta era su referencia, más valor tenía el vino. La fiabilidad de los vinos y su identidad (procedencia) era certificada por la experiencia de los consumidores, en aquellos tiempos con mucha más práctica (litros por persona) que ahora, imagínense lo que podía significar la mínima sospecha de manipulación o engaño.

El recorrido de Álvaro Cunqueiro por la Galicia de los ‘viños’, que podemos leer en el capítulo a ellos dedicado en el libro “A cociña galega”, es una guía para comprender la preciosa diferenciación de las ‘terriñas’ de los vinos, y del gusto de sus tragos, por villas, lugares, comarcas, ‘ribeiras’…

Pero lo que él relata con sensibilidad son los estertores de lo que fuera aquel país de los mil vinos.

En la última mitad del siglo pasado se fue conformando una moderna delimitación vitícola fundamentada en el criterio de la defensa del origen. Encomiable labor con la pretensión de la ordenación del territorio vitivinícola y de garantizar lo que consideraban la tipicidad de cada uno de ellos, pero que, en muchos casos, debido a causas ajenas a los criterios vitícolas, concluyeron en aparatos administrativos anclados en su inmutable paradigma.

Articular la denominación de origen en el Ribeiro fue más fácil por el monumental peso histórico de la Ribadavia vitivinícola; sin embargo, fue un sinsentido geográfico en la autodenominada “Rías Baixas”, un puzle de comarcas que fue integrando ‘ribeiras’ del Miño, del Ulla, del Verdugo, del Umia y que sin embargo dejó fuera dos de las tres penínsulas atlánticas que son el esqueleto y portan el ADN de lo que son en sí mismo, en cuerpo y alma, las Rías Baixas, como son O Morrazo y O Barbanza.

A “Rivoira Sacrata” de antaño dio soporte a la creación de la D.O. “Ribeira Sacra” (según parece, marca privativa registrada para uso de su consejo regulador); marca que uniformizó en el imaginario del consumidor un tipo de vino joven (el que defendían y potenciaban) basado en la mencía y tras el escaparate de un territorio uniforme; era en lo que creían. Pero las verdaderas ‘ribeiras’ están despertándose, volviendo a ser, porque la potencialidad de un territorio y el instinto de un viticultor sensible no entiende de muros de contención, ni de escaparates. Las ‘ribeiras’ que trazan los ríos Sil, Miño, Bibei y Cabe por el ecuador galaico son un pequeño universo de gran diversidad: ríos claramente diferenciados, con valles y ‘ribeiras’ de marcado carácter, con sus distintas laderas; y en cada una de ellas diferentes alturas y orientaciones, con distintos suelos y microclimas, y la diversidad de ‘castes’ que los tiempos fueron enraizando en sus tierras.

En fin, los lugares, los ‘lares de nós’, allí donde un conjunto de cepas, del mismo varietal o varias mezcladas al azar certero de aquellos ‘devanceiros’ en armónico vínculo con la ‘terriña’, que seguían los ciclos de la naturaleza: orientación cara al cosmos, microclima que la envuelve (vientos, lluvias, temperaturas…) terreno que las amarra, conjugados con la persona que con su labor es quien de interpretarlos con la sensibilidad de la simbiosis con la tierra. Lugares que expresan la búsqueda del viticultor por llegar más allá, al ‘alén’ de los tragos soñados, deseados. Estos lares y ‘terriñas’, más ‘climats’ que terruños, de ‘colleiteiros’, labriegos viticultores o ‘viñateiros’ -no viñateros-, algunos ‘vignerons’, se encuentran esparcidos por la geografía del país de los mil ríos con sus valles de infinitas laderas y encostas, vertientes de entrerrías cara al ‘solpor’ y montañas que alumbran el amanecer. Estos lares se manifiestan y existen independientemente de su pertenencia o no a cualquier delimitación vitícola oficial.

En el territorio galaico IIGGPP y DDOO monopolizan la representatividad de las diferentes zonas que el discurrir político fue instaurando como vitícolamente amparadas. En el escalafón “superior”, cinco denominaciones de origen y, en un nivel inferior en el imaginario colectivo y en el administrativo -pero nada que ver esta división con la calidad de los vinos- cuatro indicaciones geográficas protegidas, en breve cinco con el nacimiento de una nueva indicación para los vinos de la región del Val do Navia, territorio con epicentro en Negueira de Muñiz.

La Baixa Limia, siempre en nuestro pensamiento, cerraría el mapa vitivinícola galaico. Territorio montañoso y alto del río Limia que un poco más abajo, a su paso por Arcos de Valdevez, Ponte da Barca y por la amable y ‘aloureirada’ Ponte de Lima, riega una esplendorosa zona vitícola.

Los organismos delimitadores hicieron una importante labor de promoción y comercialización; ahora deben ser garantes de la diversidad de su territorio y de los diferentes estilos y maneras de expresarlo de los viticultores. Riqueza y potencialidad que pide ser manifestada, y así será, fuera o dentro del sistema.

Antonio Portela

 

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