Cuando nos acercamos al “Ubermensh” vitícola, o el bebedor sin miedo, el mundo del vino se observa desde otra perspectiva, con la seguridad y el poder que dan los tragos que emocionan. Con la fe firme en su búsqueda, más allá de modas, prejuicios, instituciones e institutos, academias y consejos.
Con la mirada limpia del que solo acredita en sus sentidos, en su instinto y emoción, ajeno a guías, puntuaciones, concursos y medallas, sordo a toda la publicidad encubierta, literatura hueca repetida hasta el hastío… Del mismo modo que la rebeldía es la opción de los viticultores ante los criterios de los que un día decidieron poner puertas y “pechar cancelas”, impidiendo la búsqueda diversa del “origen”, apoderándose así de su interpretación.
El sistema que rige el mundo vino es un pequeño monstruo articulado, de movimientos lentos y pesados, ausente de creatividad, mecánicamente protocolario, desplazándose al unísono con el desmotivante pulso de la enología oficial, preocupada más en mantener y ampliar su status y en descalificar al hereje.
Con los años fueron quedando atrás las jornadas de catas oficiales en las que la falta de estímulos fue anestesiando la pasión y saturando los sentidos de vacío. Al mismo tiempo que fueron surgiendo diferentes catas de vinos de “colleiteiros” por distintos lugares, parroquias y concellos del País. Tuve la oportunidad de acudir a varias de ellas en ediciones sucesivas, pudiendo apreciar de esta manera la evolución de los vinos de los vitivinicultores que vendimia tras vendimia se presentaban.
En la última de estas catas coincidieron el mismo día la tradicional de “colleiteiros” con la primera cata -que denominaron “profesional” y en la que contaron con el amparo de la Xunta- de los vinos de la misma zona, pero con la estrenada indicación geográfica protegida. Toda la diversidad de las bodegas tradicionales en una, y las bodegas más modernas en la otra. Los vinos que nos salvarán mañana estaban en esa primera cata, denominada de “colleiteiros”.
Cada año su evolución es más positiva, de la mayoría de vinos defectuosos en los primeros años a este último en el que fueron reduciéndose hasta casi desparecer. Vinos con identidad, con el carácter de las castas marcado, el nexo con el territorio evidente y la personalidad de su elaborador presente, características todas ellas de las que carecían los otros vinos, más equilibrados, sí, pero en los que la identidad de las variedades se encuentra alterada en muchos casos por levaduras seleccionadas, el territorio podría ser cualquier otro origen más o menos cercano, y en los que el viticultor desaparece en la elaboración. Vinos homologables con la parte del mundo vino que en la actualidad es mayoritaria. Pero no son los vinos que nos salvarán mañana.
Escapen, huyan de los corsés, desconfíen y beban vino!
Antonio Portela